La luz que atravesaba la ventana atravesó también sus párpados. Despertó con una sonrisa, como se despierta cuando se ha dormido suficiente. A su lado, aún dormido, él respiraba despacio, confiado.
Mientras se desperazaba miró a su alrededor. Sábanas blancas y ropa tirada un poco por cualquier parte. Él había llegado de noche y no había querido despertarla. Sus pantalones, su camisa...
... dios santo, su camisa. Había vuelto a hacerlo.
Ella se levantó con cuidado y con los ojos empañados en lágrimas tómo la camisa manchada de sangre. La pistola con el silenciador descansaba en la mesa; el maletín, en el suelo. Tenía que llamar a la policía.
Él era mucho más que un asesino. Era el único que había logrado arrancarle un te quiero del fondo del alma; era atento y cariñoso con ella, un auténtico ángel. Por ese motivo se sintió desfallecer cuando él, aún medio dormido, la miró sonriendo con sus preciosos ojos castaños desde la cama.
- Hey.... Buenos días - susurró, estirando los brazos - ¿No vienes? Hoy es Sábado
- Pensé que no te ibas a despertar nunca - respondió ella con dulzura. Soltó la camisa y se metió en la cama de nuevo.
Él la atrajo hacia sí y la besó con ternura. Y mientras le decía con caricias cuánto la amaba, ella olvidó todo. La policía, la sangre, las muertes... todo dejó de existir. Sólo importaba él, sus labios, su aliento. Su sonrisa enamorada.
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