Mucha gente no entiende los límites de la ciencia. El materialismo se define dentro de la realidad pesable, medible, observable: "si no puedo demostrarlo, no existe". Los límites llegan allí donde llegan los de los instrumentos que utilizamos.
Ser científico no es ser materialista. En cierto modo, ser materialista es muy divertido; cada vez que se descubre algo nuevo es una ampliación del universo. Pero no hay más ciego que el que no quiere ver y, una cosa es creerse sólo lo demostrable, y otra cosa creer que se puede demostrar todo.
No. Si mis instrumentos tienen límites, yo, como científico, tengo límites.
Y como decía al principio, esto al final se traduce en que no contentas a nadie. Tanto el ateo como el creyente emplean ese agujero para tratar de demostrarse el uno al otro que tienen razón. Entonces recurren al científico; que no sé por qué se nos toma como árbitros. Y nuestra respuesta, "no lo sé", no contenta a nadie.
Lo lamentable es el momento absurdo en el que un científico se pone de un lado o de otro. Es como negar o afirmar la existencia de la célula porque no tienes microscopio. Una cosa es que yo sea materialista en el mismo instante en el que me pongo la bata para entrar en el laboratorio, y otra cosa es que, cuando me la quite para salir, me quede tan pancha pensando que ya no hay más realidad que descubrir.
Me gusta pensar que un buen científico es como un niño con una caja. Al principio sólo puede (podíamos) mirarla por fuera con los ojos. Luego con una lupa, luego pesarla, medirla, escanearla, hacerle radiografías... intentar intuir lo que es. Al final, alguien inventa el cutter y nos decidimos a abrirla; dentro hay caramelos, y otra caja, ¡esta vez envuelta en papel de regalo! ¿Y que hay dentro? No lo sé. ¿Está vacía o llena? No lo sé, pero... ¿no sería absurdo no querer descubrirlo?
1 comentario:
Me ha gustado mucho la metáfora final. Y es cierto que muchas veces no se entiende el trabajo de los científicos, sobre todo los que lo vemos desde fuera.
¡Un saludo!
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