La niña del abrigo rojo (III)

12 junio 2009

De pretender ser un buen pastelero a serlo, el camino es muy largo.

Todos tenemos una pastelería, y a muchos, nos encantaría tener dulces pasteles con la que llenarla. Construimos una idea, un "cómo debería ser", y nos aferramos a ella tanto, que creemos que es real.

Y pintamos un lienzo, y lo ponemos en el escaparate. ¡Es tan fácil dibujar pasteles!

Entonces pretendemos que se nos juzgue, que se nos ame, por los pasteles dibujados. Al fin y al cabo, son nuestros pasteles. Funciona, la mayoría de las veces... Los adultos que entran en la pastelería, en realidad, no quieren los dulces; colesterol, dietas, tensión... Ellos entran y no se paran a comprobar la realidad de los pasteles porque a lo sumo buscan una barra de pan. Hacer pan es un poco más difícil que dibujar pasteles, pero también somos perfectamente capaces.

A los niños no se les puede engañar. Cuando el niño entra en la pastelería sí quiere los pasteles prometidos. Se da cuenta del lienzo y a pesar de ello, confía en el pastelero que ha sabido dibujarlos, y los pide.

Y el pastelero, oculto tras su propia mentira, cree que puede hacerlos tan buenos o más que en el dibujo. Se pone manos a la obra, se da cuenta de que no sabe, de que el lienzo no es suficiente, de que los ingredientes no son suficientes. Y le da al niño un trozo de pan, sonriente, esperando que se conforme mirando el lienzo.

Pero el niño quiere su pastel, y no entiende nada, y se siente engañado y burlado por el pastelero.

La niña del abrigo rojo está en la otra acera, mirando como el dueño de la pastelería recoge y se va para nunca más volver. Se marcha a otra calle, a otro barrio, donde poner su lienzo en el escaparate y volver a creer que es un gran pastelero. Quizá lamenta haber engañado a la niña al engañarse a si mismo. No es la primera pastelería que la niña ve cerrar después de echarla, y al menos le queda el consuelo de que, realmente, nunca hubo pasteles y ni él lo sabía. Dice que se va para aprender. Otros han dicho lo mismo, y ahora hay otras pastelerías con otros lienzos que venden barras de pan y no dejan pasar a los niños. Las personas no cambian.

- Yo no tengo pasteles - dijo otro niño a su espalda, desde un portal polvoriento - Pero puedes quedarte aquí el tiempo que quieras, que hace menos frío. ¿Quieres pan?

- Yo tampoco tengo pasteles - respondió la niña, tendiéndole a cambio del mendrugo, un arrugado y sucio sobre de azúcar.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Suelen ser bastante diferentes las apariencias a la esencia de las cosas.

Nos prometen algo, y luego nos dan gato por liebre.

Y aunque a veces nos dan lo prometido, despues de tenerlo; nos damos cuenta de que no es lo que queriamos de verdad

Supongo que el cegarnos es algo tan nuestro que nunca podremos perder ese rasgo.

Siempre buscando algo que ono obtenemos o nos nos llena

Homo Rolerus

Eanáir dijo...

El problema es cuando el mismo que nos está dando el gato, también piensa que es liebre.

A los humanos nos cuesta mucho diferenciar lo que somos de lo que queremos ser.