1 de Noviembre de 893 d.C

30 mayo 2009

Cornualles

- Al final ha nacido en Noviembre, señora... - dijo la matrona, girándose hacia la muchacha - Señora... ¿Señora?

No respondió. La chica había fallecido. Pasaban unos minutos de las doce y la criada, con el bebé en brazos, titubeó sobre cómo debía dar la noticia al barón Conrad de Cornualles. Lo que le había ocurrido a la joven madre era horrible, pero más horrible aún era la criatura que lloraba envuelta en la manta. Salió al frío pasillo, y encontró al pequeño Philiph jugando en el suelo.

- Levante, señor. No es bueno que esté en el suelo. Busque a su padre, por favor. 

El niño se levantó y se perdió en la oscuridad del pasillo. La criada, ahora sola, miró con detenimiento el bebé. Era una niña, una niña terriblemente deformada. 

- Cruel destino te espera, pequeña - susurró, meciéndola para consolarla - Cruel destino. Que Dios se apiade de ti, porque tu abuelo no lo hará. 

Los pasos de Conrad resonaron al fondo del pasillo. 

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Cantabria

- Vamos, Isabel... vamos
- No hagas magia. Prométemelo.
- No lo haré. Respira. Ya vienen.

María observó con cuidado a Isabel. Sabía que su vida corría peligro, que no podría dar a luz sin un poco de ayuda. Lo había prometido, sí... pero no podía dejar morir a su hermana y a sus sobrinos, así que rebuscó en su bolsillo. Isabel pareció notarlo repitió "Nada de magia". María no hizo caso; unas palabras durmieron profundamente a la madre y dejaron operar a la tía con tranquilidad. Poco después, ambas hermanas y ambos mellizos dormían sanos y salvos en el caserón en ruinas.

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Navarra

- Sois muy valiente, heraldo, trayendo hasta aquí ese mensaje - dijo desde su trono de hojas. 
El hecho de que Voreane no era humana saltaba a la vista desde el principio. Parecía estar construida de madera y sus extremidades largas y nudosas recordaban más a un roble viejo que a las bellas hadas que el pobre heraldo estaba acostumbrado a ver. Se levantó deliberadamente despacio, pues no quería asustar más al hombre, y se acercó caminando hacia él. A su alrededor, algunas sombras del suelo se apartaron revoloteando y murmurando. 
- Y más a estas horas de la noche -  Prosiguió. Los ojos de Voreanne eran de  color verde penetrante, sus cabellos como raíces, su olor, como el musgo húmedo. Se había metido en la boca del lobo, en juegos de hadas. Ahora, a través de los ojos de la Reina Oscura, el hombre lo había comprendido todo. Para ellas todo era un juego, un juego que él estaba a punto de perder.

- Deja de temblar - Insistió ella, en lo que no podía distinguirse si era una orden o un favor - Nadie en esta Corte te hará ningún mal.

El heraldo se tranquilizó al percatarse del tono especialmente fuerte que Voreane había usado en su última afirmación, más destinada a sus acólitos que a él. Sólo era un humano; si aquellos duendes se lo proponían, él no tendría nada que hacer. No sabía qué ponía en la carta cuando la llevó, pero Voreane la había leído en voz alta desde el trono. Juegos de hadas. Inmortales. Tampoco recordaba cómo se había ofrecido a llevarla hasta allí. 

- Ahora deberás llevar la respuesta, ¿no crees? 
- Sí, claro, mi señora - respondió el hombre, y al pronunciar esas palabras, se dio cuenta de que acababa de condenarse. 

Voreane sonrió y su risa se tornó en carcajada; y la carcajada se hizo sólida, y ante ambos, otro hombre igual al heraldo se materializó. 

- Pero tú no, mortal. Él lo hará. - susurró - ¿O acaso quieres morir? Tú volverás con tu familia, y olvidarás todo lo que aquí has visto - dijo, poniendo su mano sobre su frente - Absolutamente todo. 

El heraldo despertó en su cama bañado en sudor, y sólo durante unos minutos recordó un extraño sueño en el que las hadas marchaban a la guerra. 

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