Fragmentos de una carta no entregada

21 mayo 2009

A veces escribes a alguien, y te das cuenta de que el receptor, en realidad, siempre fuiste tú mismo.
Hace poco escribí una carta en una biblioteca. Era una carta para alguien, pero sé que no la entregaré. Han cambiado muchas cosas desde entonces. Cuando acabe de copiar, la romperé y la tiraré a la basura.

Hoy hace el mismo calor, y estoy también en una biblioteca.

He eliminado todos los nombres y alusiones personales. Ni siquiera las letras coinciden con las iniciales.

C.:
Al escribir tu nombre vuelven a mi los recuerdos de tu viaje a G. No, de tu viaje no, del mío, cuando me imaginaba como el viento acompañándote hasta D.

Hoy el papel no es tan bonito.

Hace el calor húmedo propio de la selva, el que precede a una tormenta. Siempre que noto este calor pienso en los bosques ancestrales, plagados de criaturas de las que ya no existen más que huesos congelados en piedra. Sombras en la roca.

Es lo que siempre fuimos, C. También los seres humanos, nuestra civilización, nuestras diferencias, nuestras guerras... una casualidad, una gota de agua en el océano del tiempo.

Pero aquí estoy, escribiéndote. Quizá llueva al fin antes de que acabe. Quizá entonces te hable de los salmos silenciosos y los secrestos que se susurraban alrededor de una hoguera. ¿Qué estás haciendo tú? ¿Estarás en A.? ¿En M.? ¿De viaje, quizá? Para mi estás ahora sentado con una taza caliente, hablando con tu madre. Para mi, todos sonríen y se alegrande verte, y tú de verlos a ellos.

Tengo miedo, C. No sé qué va a pasar, no sé dónde me llevarán los pies, que ya no son los míos. Porque me siento arrastrada por una corriente cada vez más fuerte, y lo único que puedo decidir es si seguir luchando por respirar.

Me he dado cuenta de que veo, cada vez más, el viaje a A. como un oasis, más aún, como una salvación. Y caigo en la cuenta de que seguramente no sea así. Cambiar de guerra no es estar en paz. Estoy aterrada, pegando con celo las piezas del carrito de una montaña rusa que se deshace en plena marcha, rezando para que no fallen los frenos. No, C. No estoy poniendo remedios reales y definitivos; sólo paraches. De momento funcionan, pero sé que todo sigue averiado y más temprano que tarde se romperá.

(...)

¿No fueron los celtas los que acabaron con lo que habían cimentado los griegos? ¿Acaso no copió la Iglesia la estructura piramidal de los druidas, sumiendo a Europa en la Edad Media? ¿Qué hay en mi? Camino, sí, con un pie en la realidad y otro en los sueños, y por eso cojeo tanto.

Aún no llueve.

Hay una rosa amarilla y marchita olvidada en un florero. ¡Es tan triste! No me gusta este sitio. Es la biblioteca que queda más cerca de casa, pero no volveré más. Las persianas están bajadas y tienen polvo; hace mucho que no se mueven. La luz es fría y mortecina, las estanterías se han convertido en un asilo de ancianos de páginas amarillentas, llenos de política y odio disfrados de historia. Ancianos sucios y maleducados, acumulados, ocultando el estante en realidad vacío.

Ni siquiera hay silencio.

Silencio.

E.

1 comentario:

Anónimo dijo...

;)

Homo Rolerus