Nevaba.
Puede que no fueran ni siquiera las siete de la tarde, pero a esas horas en invierno ya es de noche. La niña empezó a sentir frío mientras caminaba por la acera; pero había perdido los guantes y el gorrito.
En realidad, ella también se había perdido. Estaba sola, y a su alrededor las farolas iluminaban con luz mortecina una calle casi vacía. A nadie le importaba su nariz roja ni su abrigo húmedo. Tropezó, y para levantarse tuvo que apoyar sus manitas en la nieve. Ahora empezaban a estar insensibles por el frío.
Una luz dorada llamó su atención. La luz de un escaparate, del escaparate de una pastelería...
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario