- Pasa, niña. No te quedes en la puerta, hace frío.
La puerta de la cabaña chirrió, se tambaleó, y finalmente golpeó al cerrarse. En realidad, el resultado frente al frío no era diferente si la desvencijada puerta seguía abierta o no. Pero el druida ciego la mantenía cerrada. Tendría sus motivos. Siempre los tenía.
A la izquierda, el cuervo se sobresaltó por el golpe, para volver a emplumarse segundos después. Junto al fuego, de espaldas, Ywen trabajaba despacio en un mortero de madera. Olía a leña, a ganado, a hierbas. El druida murmuraba algo cada vez que añadía una nueva hoja.
- Ahí hay un par de mantas. Coge una para ti, y acércame la otra. Ya soy un anciano.
Sonrió. Ciertamente ya era un anciano, pero seguía teniendo esa energía verdosa que lo inundaba todo con su paz.
- Fíjate bien. Tienes que aprender esto.
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