Manel (I)

06 agosto 2008

El muchacho argentino ensayó de nuevo el estúpido baile en el espejo. Finalmente, arrojó el sombrero y se dejó caer sobre la cama. Una madrugada más bajo las estrellas, y como siempre, sólo tendría una oportunidad, unos breves instantes para ella. Cerró los ojos y la imaginó. Realmente no sabía nada sobre ella, pero su corazón saltaba en su pecho de mimo cada vez que Rubén, aferrado a su mano, dejaba en su sombrero una humilde moneda. Manel entonces comenzaba su baile, y quizá ella le premiaba con una sonrisa. Y eso era a todo lo que el mimo podía aspirar.

Desde la ventana, vio que su esquina en la rambla empezaba a humedecerse. El cielo gris prometía un lento amanecer, y un día duro, bajo la lluvia. Pero aquel trabajo de mimo era el único que le proporcionaba los ingresos suficientes para vivir, no podía abandonarlo ni siquiera bajo la lluvia.


Manel se apresuró; tenía que estar allí cuando llegara ella. Ocultaba su timidez bajo la máscara del indolente mimo, pero soñaba que un día ella le declarara su amor. Un sueño más estúpido de lo que podía permitirse pues Manel, quizá en exceso racional, sabía que jamás ocurriría. En cualquier caso, aunque ocurriera, ella era demasiado hermosa para atarla a un destino de vagabundo como el suyo. Maldijo ese pensamiento, se llenó de harina la cara y salió a situarse en su lugar de la calle Ramblas.

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