Hoy el cielo llovía como una regadera. Los dioses han vuelto a demostrar que saben cómo darle su chispa a esto, porque si te refugias de la lluvia en un invernadero y salta el riego automático, no puedes hacer otra cosa que reír o pensar en el destino.
El caso es que en estos ya acostumbrados viajes en tren estoy cogiendo la mala costumbre de leer por encima del hombro el libro que llevan al lado. He debido de coincidir con un best-seller, o quizá con la misma persona. El caso es que hay un tal Diego de apellido impronunciable (pero reconocible) al que están buscando; y leyendo en distintos viajeros, hoy me he enterado que le daban por muerto. Y no conozco el título del libro.
¿Destino?
No lo sé, pero si anda por ahí, bien podría mandarme un mail para orientarme un poco, que buena falta me hace.
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