Me senté en el borde del pozo, a la sombra del roble que empieza a tornarse dorado. Metí en el agua mi mano derecha; está casi helada, pero es agradable. Una bellota cayó con un chapoteo sordo y un salmón se apresuró a comérsela, rozándome con la cola al pasar. El salmón, el pozo, el roble. No he venido a buscar consejo, sino respuestas.
Se retrasa.
El viento acaricia la hierba, haciendola ondear. Su sonido en las hojas del roble me recuerda al mar, y eso me tranquiliza. Y el sol sigue su camino en el cielo, aunque las nubes no me dejan verlo.
Cuando empieza a oscurecer oigo sus pisadas a mi espalda. Supongo que a ella también le gusta hacerse esperar. O quizá he estado distraída mirando el mar de hierba y el salmón y no en llamarla. O tendría otros asuntos, quien sabe. El mundo de los guías me es desconocido.
Su pregunta está en el aire antes de que pueda ver sus ojos. No tiene mucho tiempo, quiere saber a qué he venido. No le hago esperar
- ¿Será grande?
- Será inmenso
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