Sólo es un fin de semana al año. Un fin de semana en el que trato de reunir a los que considero amigos; a aquellos que arriman el hombro cuando no tienes a quien acudir; aquellos que te reciben en su casa cuando la tuya se transforma en un campo de batalla.
Son los que forman el último bastión, la sala del trono. Tan cerca, tan cerca, que si hicieran daño, acabarían con el reino. Y daría igual; porque si quisieran hacer daño, el reino ya estaría acabado.
Y acuden, todos ellos.
Hay quien se pasa unos días pintando vidrieras en un farolillo para regalártelo.
Hay quien recuerda una conversación tonta de años atrás... porque te estaba escuchando.
Hay quien recorre casi 1000km
Hay quien sólo tiene un momento, pero se pasa para ayudar a recoger.
Hay quien se hincha a calmantes y viene con muletas...
Hay quien tiene siempre palabras amables, porque cree que no distingues la amabilidad del cariño.
Hay quien siempre tiene excusa.
Hay quien cree que con un mensaje es suficiente.
Hay, también, a quien ni siquiera le merece la pena responder a un email en el que preguntas si mereces la pena. Aunque... pensándolo bien, la no respuesta ya es una respuesta.
¿Quién está en el último bastión?
Es bastante evidente. Es otra cosa mala que tenemos los de ciencias... que decidimos a partir de hechos. El Dragon dice que sé ser una excelente persona, pero que también sé parecerlo, en función de si me merece o no la pena.
Mandar un sms y sonreir no me cuesta nada. Pero para abrir la puerta del último bastión, hace falta mucho más que palabras bonitas.
Por eso, ellos, mis amigos, son mis amigos. ¿Los demás? ¡Quién sabe! ;)
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