La Cierva

30 agosto 2008

Sé que no es real. Sé que no lo es en el sentido en el que nosotros creemos reales las cosas. Sé que, si existiera, no tendría una dimensión física. Y lo sé porque la luz se vuelve dorada y densa, las texturas, cálidas, y los sonidos, profundos y sin eco.

El bosque no es espeso pero no se distingue el cielo. Tampoco lo busco, estoy aquí porque ella me ha llamado. O quizá yo la he llamado a ella, nunca estoy segura del todo. La observo sin acercarme. Sí, es ella: el pelaje castaño, la mirada intensa. El corazón fuerte.

Camino lentamente por el sendero de arena hasta llegar a la pequeña valla de madera que me separa de su mundo. Ella también se acerca a mi por el otro lado. Siento sus pisadas, su respiración y sus latidos, aunque no los míos. Supongo que a estas alturas no nos vamos a tener miedo.

Las hojas secas no crujen, pero sí susurran las que aún quedan en los árboles. Extiendo mi mano hacia ella, y ella, la cierva, da dos pasos hacia atrás dejándome sitio para saltar la valla. No es una mascota, no ha venido para jugar. Tiene cosas que enseñarme.

Cruzo la valla. Ahora ella camina delante de mi, despacio para no perderme. No tenemos prisa; no sé dónde me lleva pero la sigo...

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