El Druida

28 agosto 2008

Siempre le resultó difícil caminar de noche. Y más, a su edad. Sin embargo, necesitaba respuestas, y la luz de la luna iluminaba el camino con suficiente claridad. Pero no era la vista lo que estaba utilizando para llegar. Al menos, no la vista como el resto está acostumbrado, no la vista que distingue formas y colores. Esa, la había perdido hace mucho tiempo.

Lentamente recorrió la senda que conducía a la playa. Se apoyaba en el bastón cuando sus ajadas rodillas le fallaban, pero no tropezó ni una sola vez. Había algo más, algo que siempre le guiaba. No tropezaría. No aquella noche.

Las pieles de su capa se tornaban pesadas con el transcurso de la noche. Las estrellas se movían en el cielo, quizá amenazaba tormenta. No importaba. El hombre caminaba sin titubear, hacia el mar. La maleza se enredaba en sus piernas, causándole llagas y arañazos. También sus brazos y su rostro. El druida sabía el significado de eso; era la purificación por el dolor. No obtendría respuestas sin haber ofrecido algo a cambio; el dolor era parte del precio.

Dos horas después sus pies gastados notaron la hierba amable y el suelo blando. Casi había llegado; era el momento. Se descalzó, se quitó las pieles y abandonó el bastón que lo había sostenido hasta entonces, quedándose únicamente con una ajada tela blanquecina que a penas lo cubría. Sonrió imaginándose a sí mismo. Debía ser un anciano. Tambaleándose, se arrodilló y besó la hierba; luego, con un gemido se puso en pie y proxiguió hasta que sus pies sintieron la arena de la playa, y la voz de aquel a quien había venido a visitar.



Caminó un poco más, hasta que la brisa del mar lo envolvió, y se sentó en la arena, inmóvil.

Las estrellas siguieron su rumbo en el cielo, y la luna amenazó con esconderse.

Él no se movió.

El mar lamíó sus pies con la calma segura de un depredador, y horas después, se retiró, dejándole empapado.

Él no se movió.

El calor de los primeros rayos de sol templó su rostro. Oyó entonces unos pasos que se aproximaban, inquietos y rápidos. Los pasos de un niño.

- Maestro, estaba preocupado. ¿Ya ha hablado con el mar?

El druida sonrió. Aún tenía muchas cosas que enseñar a aquel niño.

- ¿Hablar? Yo no hablo con el mar, hijo mío. Yo sólo escucho.

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